
El mito de los derechos humanos frente a la realidad del control colonial
« Primero habría que estudiar cómo la colonización trabaja para descivilizar al colonizador […] para degradarlo, para despertar en él instintos ocultos, la codicia, la violencia […] Mostrar que cada vez que en Vietnam hay una cabeza cortada y un ojo arrancado y en Francia se acepta, una niña violada y en Francia se acepta, un malgache supliciado y en Francia se acepta, hay una conquista de la civilización que pesa con su peso muerto, una regresión universal que se opera […] con todas estas mentiras propagadas, de todas estas expediciones punitivas toleradas, de todos estos prisioneros atados e ‘interrogados’, de todos estos patriotas torturados, al final de este orgullo racial fomentado, de esta lactancia exhibida, hay veneno instilado en las venas de Europa.. Aimé Céaré[1]
Francia: ¿cuna de los derechos humanos o del control social?
Francia no es la cuna de la revolución ni de los derechos humanos: es el laboratorio del control social moderno. Exporta represión, vigilancia y miedo, no libertad. Mientras celebra su pasado revolucionario, silencia a quienes lucharon de verdad —África como en Argelia, o sus barrios marginados—. Francia no inspira revoluciones: las sofoca y borra de paso a los verdaderos revolucionarios… incluso a los que ayudó a asesinar.
Del colonialismo a la vigilancia: la doctrina del enemigo interno
Desde la guerra de Argelia, Francia perfeccionó la doctrina del enemigo interior, la tortura sistemática, el hostigamiento racial y la ingeniería del miedo. Lo aplicó en las colonias y luego en sus propios barrios marginados.
Sociólogos, historiadores y periodistas, como Mathieu Rigouste [2] y Marie-Monique Robin [3], examinan cómo las tácticas de control y represión, desarrolladas inicialmente en contextos coloniales, han sido aplicadas más allá de estos. Rigouste analiza su uso en las periferias urbanas de Francia, donde las poblaciones marginadas son tratadas como enemigos internos. Robin, por su parte, destaca la exportación de estas prácticas a través de la doctrina de contrainsurgencia francesa, influyendo en tácticas represivas a nivel global.
Además, Francia fue pionera en el desarrollo de la guerra moderna. Teóricos como David Galula [4] y Roger Trinquier [5], con sus experiencias en conflictos coloniales, formularon estrategias que luego fueron enseñadas a militares estadounidenses. Estas tácticas se aplicaron en Vietnam y en otras guerras coloniales, extendiendo así la influencia de la doctrina de contrainsurgencia francesa en el escenario global.
Ese saber lo exportan en América Latina, a África, a Asia. Con él, regímenes “democráticos” aprendieron a vigilar, dividir, infiltrar, criminalizar. Francia no inspiró revoluciones. Aplastó las que no eran suyas.
Revoluciones silenciadas: el Sur Global frente a la hipocresía francesa
La narrativa histórica dominante a menudo glorifica la Revolución Francesa como un faro de libertad e igualdad, pero rara vez se habla de las revoluciones que Francia ha ayudado a silenciar en el Sur Global. Un ejemplo emblemático es el de Thomas Sankara en Burkina Faso, un líder revolucionario que buscó transformar su país mediante políticas de autodeterminación y justicia social. Sankara, conocido como el « Che Guevara africano », fue asesinado en 1987 en un golpe de estado que fue apoyado por intereses externos, incluyendo los de Francia, debido a sus políticas antiimperialistas y su rechazo a la deuda colonial.

Sankara no es un caso aislado. A lo largo de la historia, Francia ha intervenido para sofocar movimientos panafricanistas, comunistas y anticoloniales que buscaban liberarse del yugo del capitalismo y el colonialismo. Desde Argelia hasta Vietnam, pasando por numerosas naciones africanas, las intervenciones francesas han buscado mantener su influencia y control económico.
Mientras tanto, en los libros de historia y en el discurso público, la Revolución Francesa es ensalzada como un modelo de cambio revolucionario. Sin embargo, esta narrativa omite convenientemente el papel de Francia en la supresión de movimientos similares en otras partes del mundo. La hipocresía radica en celebrar la lucha por la libertad en casa, mientras se niega esa misma libertad a otros pueblos que buscan su propia revolución y autodeterminación.
La Revolución Francesa: de la nobleza al capital
¿Y qué fue la Revolución Francesa? Una revolución burguesa. La nobleza cayó, sí… pero el capital subió.
La “época del Terror” fue instrumentalizada por la burguesía para adormecer al pueblo a través del miedo. Y para frenar la radicalización popular, clausurar el proceso revolucionario y consolidar el poder burgués asesinaron a los revolucionarios como Robespierre y Saint-Just. « La historia oficial nos confina al olvido de los ilustres defensores de la república democrática y popular. Aquellos que pagaron con sus vidas la defensa de los intereses del pueblo, frente al arbitrio y a la dictadura de los ricos, los propietarios burgueses » [6].

Fuente: www.initiative-communiste.fr
La Revolución Francesa, aunque comenzó con ideales transformadores y un deseo de cambiar la sociedad, terminó siendo cooptada por una nueva clase dominante, la burguesía. Este cambio de poder no logró despertar el fervor revolucionario del pueblo de manera sostenida, y en muchos aspectos, perpetuó un sistema que, aunque diferente en su estructura, mantenía muchas de las desigualdades inherentes del antiguo régimen.
La Comuna, el exilio y la represión: el silencio y complicidad del pueblo francés
Aunque Francia ha sido celebrada como cuna de movimientos revolucionarios, muchas de sus luchas más radicales han sido traicionadas, silenciadas o convertidas en mitos inofensivos. Un caso paradigmático es el de la Comuna de París (1871), levantamiento obrero que buscó establecer un poder popular autogestionado frente al Estado burgués. Este episodio marcó una de las mayores masacres de la historia europea moderna y simboliza la brutalidad del Estado francés contra el pueblo, cerca de 30.000 muertos en la llamada Semana Sangrienta, miles de prisioneros, exiliados y una represión despiadada.
Sin embargo, a pesar de la magnitud de esta represión, la mayoría del pueblo francés no se sublevó. Lejos de extenderse como una revolución nacional, la Comuna quedó aislada. Esta pasividad no puede explicarse solo por el miedo o la represión: también refleja una falla estructural en la conciencia de clase, en la solidaridad obrera y en el imaginario colectivo. Las clases populares, en gran parte, no reconocieron en los comuneros su propia lucha, y muchos incluso aceptaron la narrativa oficial que los criminalizaba.
La contradicción se profundiza con el exilio. Deportados a Nueva Caledonia, muchos comuneros, veteranos de una revolución popular, se alinearon con el poder colonial cuando estalló en 1878 la revuelta indígena canaca. Solo unas pocas figuras como Louise Michel, fiel a sus principios, apoyaron la resistencia anticolonial, entendiendo que la lucha por la libertad no podía limitarse al hexágono [7].
Hoy, lejos de inspirar movilización, la memoria de la Comuna se presenta como un símbolo abstracto, domesticado, sin conexión con las luchas actuales. Este silencio histórico, sumado a la complicidad del imaginario colectivo francés, contribuye a enterrar no solo las revueltas, sino también su verdadero potencial emancipador.
Todo esto muestra que la historia revolucionaria francesa no solo ha sido violentamente reprimida, sino también normalizada, despolitizada y, en última instancia, olvidada. Hoy sobrevive como símbolo hueco, sin capacidad de movilización, mientras el sistema que la aplastó sigue intacto. En lugar de memoria viva, lo que predomina es el silencio o la complicidad, y una profunda desarticulación de la conciencia de clase.
La represión continúa en los “territorios de ultramar
Esa lógica represiva no ha desaparecido: se ha desplazado y sofisticado. En los llamados “territorios de ultramar”, la represión francesa sigue siendo feroz. La policía y el ejército actúan como fuerzas de ocupación, trasladando a los presos políticos a la metrópoli no solo como castigo, sino para romper vínculos comunitarios, aislar y dividir la resistencia. Es la vieja lógica colonial: fragmentar, desplazar, invisibilizar.

Francia no trata a sus colonias como parte del país, sino como laboratorios de control, donde la violencia estatal se ejerce con total impunidad. El caso de Mayotte lo ilustra con crudeza: en 1975, mientras tres islas del archipiélago de las Comoras votaban por la independencia, Mayotte —presionada por un lobby local y respaldada por el “partido colonial” francés— eligió seguir bajo dominio francés. Desde entonces, vive un proceso de “colonización consentida”, caracterizado por jerarquías raciales, dependencia económica y criminalización de la población comorense convertida en “extranjera”.
Hoy, esa lógica se recrudece. Bajo la Operación Wuambushu, el Estado francés ha lanzado una ofensiva antinmigratoria brutal, con desalojos masivos, detenciones arbitrarias y represión sistemática contra las comunidades más vulnerables, lo que ha sido denunciado incluso por UNICEF [8]. Como explica Rémi Carayol en Mayotte. Departemento Colonia, este territorio no es una excepción, sino un espejo de la persistencia del colonialismo bajo formas republicanas [9].
Mientras tanto, la mayoría de la población metropolitana permanece en silencio o consiente esta violencia, igual que frente a la represión colonial en Kanaky–Nueva Caledonia [10]. No hay levantamiento popular, ni conciencia extendida de la continuidad colonial: solo normalización, indiferencia o complicidad.
La represión en la metrópoli: chalecos ampara f .arillos, barrios, obreros
Esa misma lógica de represión se traslada a las periferias internas: barrios populares, campos de refugiados. Hoy, en la propia metrópoli francesa, hay cientos de mutilados entre los chalecos amarillos, los jóvenes racializados, los trabajadores precarizados… y, sin embargo, no hay levantamiento general. La represión se normaliza, la injusticia se fragmenta, y el miedo se convierte en instrumento de gobernabilidad.

El sitio Mutilados como ejemplo nos lo muestra en imágenes. « Fuimos mutiladas y mutilados: perdimos ojos, extremidades, dientes, o fuimos gravemente heridos por balas de goma (LBD40), granadas o porras de las Fuerzas del Orden durante las manifestaciones de los Chalecos Amarillos ». Y todo esto, ante la indiferencia de una mayoría que llora por una vitrina rota, pero guarda silencio frente a cuerpos mutilados. Una sociedad que deshumaniza a los oprimidos con el lenguaje, llamándolos racaille (“escoria”), y así justifica la violencia de Estado.
Colonialismo reciclado: la “laïcité” como máscara de la represión moderna
¿Y por qué esta indiferencia? ¿Por qué se sigue hablando de Francia como el país de la revolución cuando, en sus calles, los jóvenes racializados son asesinados o mutilados sin que haya un levantamiento popular?
Porque el poder ha logrado desviar el debate: se habla más del velo que de la violencia del Estado.
En Francia, el velo no es solo un símbolo religioso; es una herramienta imperialista heredada del colonialismo. Desde Argelia hasta los suburbios de hoy, ha servido como excusa para criminalizar a poblaciones enteras, justificar su vigilancia, imponer medidas represivas y disimular el racismo estructural bajo la retórica de la “laïcité”.

Mientras se obsesionan con lo que cubre la cabeza de una mujer, nadie habla de lo que cubre el Estado: la represión, la miseria y la hipocresía institucionalizadas. El velo, convertido en fetiche mediático y político, funciona como un distractor eficaz, una cortina ideológica que impide ver la continuidad colonial, la violencia estructural y la complicidad silenciosa de amplios sectores sociales.
Entonces, ¿dónde está la revolución, o siquiera el espíritu revolucionario, de la mayoría? En parte, porque el poder ha conseguido desviar el debate fácilmente a través de la retórica del velo, la islamofobia y el terrorismo, que funcionan como poderosos distractores. ¿Qué espíritu revolucionario puede haber cuando gran parte de la población está fácilmente manipulada por el miedo y la división?
Mayo del 68: mito revolucionario o revolución de la burguesía consumista
Mayo del 68 es frecuentemente celebrado como un gran levantamiento revolucionario en Francia, un símbolo de rebeldía popular y cambio social. Sin embargo, rara vez se menciona que fue, en buena parte, una revolución estudiantil de la burguesía, mientras que en las fábricas las condiciones de vida y trabajo de los obreros, especialmente los inmigrantes, seguían siendo precarias y explotadas.
Como dijo el filosofo marxista Michel Clouscard:
« De Gaulle representaba el capitalismo paternalista. Mayo 68 abrió paso al capitalismo de consumo”.
Este episodio —Mayo del 68— marcó menos una ruptura con el sistema capitalista que una transición hacia su forma consumista, donde la revolución fue domesticada, estetizada y finalmente convertida en mercancía. Camisetas, grafitis y lemas vendibles reemplazaron el conflicto real. Francia, una vez más, hizo creer que la revolución nace allí, como si su historia fuera la única capaz de definir lo que significa resistir.
Como si no existieran Haití, Argelia, Vietnam, Chiapas o Burkina Faso. Como si “copiar la revolución francesa” fuera la única vía legítima. Se invisibilizan otras fuerzas revolucionarias que no sean europeas, como si los pueblos del Sur global no tuvieran historia política propia. La idea de una “Francia revolucionaria” funciona como una pantalla: glorifica un pasado fundacional mientras oculta su papel como imperio colonial, como potencia represiva y como fabricante de mitos que reducen lo universal a lo francés.
Es, como se dijo más arriba en el texto: incluso hoy, en Francia, quienes resisten son mutilados, humillados, silenciados. Los chalecos amarillos, los jóvenes de barrios marginales, los trabajadores precarios… No hay romanticismo posible: hay un sistema represivo tecnificado y legitimado.
Ni la Revolución Francesa, ni Mayo del 68 parecen haber despertado una conciencia real sobre estas formas modernas de represión. La tradición revolucionaria francesa se celebra en abstracto, pero se niega a mirar de frente a quienes, hoy, luchan contra la injusticia en su propio territorio.
Frantz Fanon ya lo dijo:
« Europa ha hecho lo que debía hacer y, a partir de ahora, hay que dejarla tranquila. Es a nosotros a quienes toca descubrir el hombre, inventar el hombre total.” (Los condenados de la tierra, 1961) »
Y la resistencia francesa? El mito, la realidad, la traición
Lo que estamos viendo hoy con el genocidio en Gaza es también responsabilidad del país que se autoproclama “la tierra de los derechos humanos”. Sus élites burguesas contribuyeron activamente a la creación de ese monstruo, bajo el silencio cómplice —y a menudo entusiasta— de la mayoría.
Conviene recordar que la Segunda Guerra Mundial no fue únicamente una lucha para detener el exterminio de los judíos, sino también —y ante todo— una guerra contra el comunismo. Fueron pocos los franceses que resistieron de verdad.
Como dijo el escritor, ex diplomatico y resistente Stéphane Hessel:
“No piensen que Francia fue toda resistencia. La resistencia fue una pequeña fracción de Francia. Francia fue mayormente vichysta. Una pequeña fracción basta para cambiar el curso de la historia. Es la levadura que hace crecer la masa. La masa revolucionaria ».
Pero también conviene recordar que muchos de esos “resistentes” que lucharon contra el nazismo terminaron luego matando argelinos durante la guerra colonial.
No hay que idealizar lo que, en realidad, fue una excepción. La verdadera historia de Francia es también —y sobre todo— la de la represión sistemática, la colaboración con el imperialismo y la exportación de un modelo autoritario disfrazado de civilización.
Françafrique, no revolución: la red neocolonial que aplasta resistencias
Francia no es modelo de revolución, sino de represión tecnificada y legitimada. Las verdaderas revoluciones no nacen en los salones ilustrados ni en las élites parisinas: emergen desde las periferias, desde los pueblos que luchan por su existencia misma..

Como denunció con precisión Verschave, el Estado francés mantuvo, tras las independencias africanas, una red neocolonial de poder, corrupción y violencia conocida como Françafrique. No se trató de un desvío ni de errores de política exterior. Fue —y sigue siendo— una estrategia estructural, central en la proyección de Francia como potencia.
“La Françafrique no es una desviación, es una política de Estado, estructural, basada en el control de África para sostener la potencia económica y geopolítica de Francia. Es un escándalo permanente, sistemáticamente silenciado por los medios, que ha causado miles de muertos, tortura, represión y pobreza en nombre de la ‘grandeza de Francia’ ”[11].
Conclusion
Ese « modelo revolucionario francés » que se exporta como mito pedagógico y moral no es más que una fachada ideológica. Detrás de la retórica de los derechos humanos y del discurso “emancipador” revolucionario, se esconde una maquinaria de dominación que, desde el siglo XIX hasta hoy, ha aplastado cualquier resistencia que amenace sus intereses, dentro y fuera de sus fronteras.
No necesitamos copiar a Francia. Necesitamos enterrarla como modelo de revolución y de los derechos humanos, porque seguir imitándola significa perpetuar una visión incompleta, ciega a las luchas actuales y funcional al poder que dice cuestionar; porque seguir creyendo en el mito de su espíritu revolucionario es desconocer las causas profundas, la historia de la violencia colonial e imperialista que la sostiene.
Por estas razones, desmontar el mito de Francia como cuna revolucionaria es un acto emancipador.
Es nombrar lo que la historia oficial oculta: que muchas de sus “revoluciones” han servido para fortalecer su hegemonía, y que los verdaderos procesos de liberación fueron —y siguen siendo— combatidos por su aparato colonial e imperial.
Desmontar ese mito es dejar de mirar a Francia como faro revolucionario, y empezar a escuchar a quienes han resistido su dominación: Haití, Argelia, Indochina… pero también los barrios populares, las banlieues y los llamados “departamentos de ultramar” —como Mayotte, Martinica, Guadalupe o Guyana— donde la colonialidad no terminó, solo se transformó. Nombrar estas luchas es romper con el relato francés que, en nombre de una supuesta herencia revolucionaria, justifica su violencia presente. La revolución no está en sus manuales escolares ni en las estatuas de sus próceres: está en las luchas invisibilizadas, en los cuerpos mutilados por la represión, en las voces que la República silencia porque no caben en su narrativa oficial.
Aun así, no se pueden negar los aportes de aquellos revolucionarios franceses que fueron silenciados, asesinados o empujados al exilio. Es a ellos a quienes debemos referirnos, sin idealización, reconociendo que también fueron marginados por el propio sistema que decían combatir. Porque al idealizar a Francia como modelo revolucionario, se invisibilizan las verdaderas luchas anticoloniales y revolucionarias que han marcado la historia. Y esa es precisamente la operación que los imperios, como el francés, han buscado consolidar: ocultar las resistencias de los pueblos oprimidos bajo el mito de su propia superioridad moral.
Thomas Sankara, el revolucionario que desafió el imperialismo: » Mientras los pueblos no liberen su propia conciencia, el imperialismo seguirá dominándolos« .

CITAS
[1] Aimé Césaire. Discurso sur le Colonialisme. Ediciones Presencia Africana, 1989
[2]Mathieu Rigouste . El enemigo interno. Editiones la Découverte, 2010
[3] Marie-Monique Robin. Los escuadrones de la muerte: La Escuela Francesa. Ediciones la Découverte, 2004
[4] David Galula. Counterinsurgency Warfare: Theory and Practice. Editor Praeger Security International,1964
[5] Roger Trinquier. La guerra moderna. Ediciones La Table ronde, 1961
[6] Por qué la rehabilitación del legado revolucionario de 1793 es fundamental y actual www.initiative-communiste.fr/articles/culture-debats/pourquoi-la-rehabilitation-de-lheritage-revolutionnaire-de-1793-est-fondamentale-et-dactuelle/ , Noviembre 8, 2023
[7] Carolyn J. Eichner. Feminismo e Imperialismo a finales del XIX. clionauta.hypotheses.org/26870. Junio 20,2022
[8]El colonialismo francés aún existe: la represión colonialista en la isla Mayotte www.comunistascuba.org/2023/06/el-colonialismo-frances-aun-existe-la.html . Junio 5, 2023
[9] Rémi Carayol. Mayotte Département colonie. Ediciones La Fabrique, 2024
[10] Survie. Kanaky-Nouvelle Calédonie : contre la violence coloniale survie.org/pays/kanaky-nouvelle-caledonie/article/kanaky-nouvelle-caledonie-contre-la-violence-coloniale, Mayo 16, 2024
[11] François-Xavier Verschave. La FranceAfrique Le plus long scandale de la République. Ediciones Stock, 1998
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