
Este artículo pretende ofrecer algunas claves para comprender cómo las élites capitalistas han logrado despolitizar a la sociedad. No se trata de un análisis académico exhaustivo, sino de una reflexión pedagógica pensada para un público amplio, sin necesidad de conocimientos previos.
Esta es la primera de dos partes que abordan los principales mecanismos que perpetúan las formas contemporáneas de control, fragmentación y dominación ideológica.
En esta primera entrega nos centraremos en la fragmentación social; en la segunda, abordaremos las herramientas ideológicas que sostienen este estado de despolitización.

“En nuestros países no existiría la tortura si no fuera eficaz; y la democracia formal tendría continuidad si se pudiera garantizar que no escapara al control de los dueños del poder. […] En tiempos difíciles, la democracia se vuelve un crimen contra la seguridad nacional —o sea, contra la seguridad de los privilegios internos y las inversiones extranjeras. […] Hay una estructura de humillaciones sucesivas que empieza en los mercados internacionales y en los centros financieros y termina en la casa de cada ciudadano. »
—Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina.
En las últimas décadas, el neoliberalismo ha evolucionado hacia una forma más extrema y agresiva: el capitalismo libertariano. Esta fase no solo redefine el rol del Estado, sino que ataca directamente la política y la democracia, desmantelando los espacios de participación popular y generando caos social. El Estado deja de ser un instrumento para el bienestar colectivo y se convierte en un aparato al servicio exclusivo de las élites económicas, mientras se despliegan dispositivos ideológicos que despolitizan, anestesian la acción colectiva y legitiman esta nueva forma de dominación.

Estos dispositivos ideológicos combinan una religión divisoria, el culto al bienestar individual y una renovada ofensiva anticomunista. Esta estrategia de guerra cultural —que no terminó con la Guerra Fría, sino que se adaptó al nuevo orden global— produce enemigos internos, como los movimientos sociales, las minorías organizadas o los sectores populares racializados (a través de la islamofobia y el discurso antiinmigrante), y enemigos externos, como Rusia o China. Todo ello alimenta un estado permanente de alerta, miedo y fragmentación social, funcional a la desmovilización colectiva y al mantenimiento del statu quo.
Así, lejos de fomentar la participación democrática, estos dispositivos ideológicos fragmentan el tejido social, desmovilizan a las clases trabajadoras y neutralizan políticamente a amplios sectores de la clase media. De este modo, se consolida una gobernanza emocional, autoritaria y despolitizada, donde el miedo sustituye al debate y la obediencia al pensamiento crítico. En este contexto, la reflexión de Eduardo Galeano sigue vigente: “la democracia formal tendría continuidad si se pudiera garantizar que no escapara al control de los dueños del poder” (1971, p. 350). Sus advertencias siguen describiendo con precisión una realidad en la que la democracia se vuelve “[1] un crimen contra la seguridad nacional”, es decir, contra “la seguridad de los privilegios internos y las inversiones extranjeras”. La violencia estructural, lejos de desaparecer, se reinventa.
Fragmentación y control social
La lógica de fragmentación social, heredera directa de las estrategias imperiales de “dividir para gobernar”, se mantiene vigente bajo nuevas formas neoliberales y libertarias. El legado colonial fue absorbido y transformado por el capitalismo industrial y, más tarde, por el capitalismo globalizado, que sigue reproduciendo desigualdades estructurales bajo narrativas renovadas de progreso, civilización y libertad. Como escribió Étienne de La Boétie en Discurso sobre la servidumbre voluntaria (escrito hacia 1548, en pleno Renacimiento), esta forma de dominación se perpetúa cuando los dominados aceptan e incluso reproducen su sometimiento como si fuera una expresión de libertad. La tiranía se mantiene no solo por la fuerza del tirano, sino también por la aceptación y la complicidad de los gobernados, quienes, al someterse voluntariamente, perpetúan su propia opresión.
De manera similar, historiadores como Henri L. Wesseling han subrayado que las potencias occidentales impusieron fronteras arbitrarias para dividir y dominar, ignorando deliberadamente las realidades locales. Esta práctica sentó las bases para formas persistentes de control y fragmentación, que con el tiempo se tradujeron en procesos de despolitización, al romper la cohesión social necesaria para la acción colectiva y reforzar lógicas de aislamiento y competencia.

Así, la fragmentación social no solo es un legado del pasado colonial, sino también una herramienta contemporánea que perpetúa la despolitización, debilitando la capacidad de las sociedades para unirse y desafiar las estructuras de poder establecidas.
Lucha de clases e ideologías de dominación
Para comprender cómo se consolidan estos mecanismos de poder —y cómo han sido enfrentados históricamente— es imprescindible recuperar el marco de la lucha de clases, que atraviesa tanto los conflictos económicos como las disputas culturales e ideológicas.
La lucha de clases: un resumen histórico y teórico
La lucha de clases ha sido un motor central en la transformación social a lo largo de la historia. Desde los levantamientos campesinos medievales hasta los movimientos obreros del siglo XIX y las revueltas contemporáneas contra el neoliberalismo, los conflictos entre explotadores y explotados han configurado las dinámicas sociales, políticas y económicas del mundo moderno.
Para el marxismo, estas luchas no son accidentes aislados, sino expresiones estructurales de un sistema basado en la apropiación del trabajo ajeno y en la concentración del poder económico en manos de una minoría. Marx y Engels lo plantearon con claridad en el Manifiesto Comunista:
“La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases”.
Etapas Claves:
Siglo XIX:
Revolución Industrial: Nace el proletariado moderno como clase explotada por el capital industrial.
Revueltas populares en Europa: Destacan las insurrecciones de 1848 en Francia y otros movimientos en Europa central, marcando el inicio de una conciencia de clase organizada.
Primera mitad del siglo XX:
- Crecimiento del movimiento obrero: El sindicalismo y los partidos socialistas ganan protagonismo.
- Revoluciones socialistas: Rusia (1917) y China (1949) desafían el orden capitalista global.
- Luchas anticoloniales: En Asia y África, los pueblos se enfrentan al dominio imperial, articulando una lucha por la soberanía también en clave de clase.
Segunda mitad del siglo XX:
- Movimientos por derechos civiles y sociales: En EE.UU., América Latina y Europa, sectores marginados exigen justicia social y económica.
- Feminismo y antirracismo: Nuevos sujetos políticos visibilizan formas específicas de opresión articuladas con el capitalismo.
Siglo XXI:
- Luchas globales emergentes: El ambientalismo, el feminismo popular y el anticapitalismo transnacional retoman la crítica estructural, cuestionando la sostenibilidad del sistema capitalista.

« El impacto de las condiciones de trabajo sobre la salud y el bienestar de los trabajadores, especialmente los niños, llevó a que se aprobaran las primeras leyes laborales […]. Estas reformas fueron el resultado de la presión de los movimientos obreros y de la preocupación pública por las condiciones inhumanas de las fábricas. [2]. »
La aprobación de leyes como la Ley de Fábricas en Gran Bretaña a principios del siglo XIX refleja cómo la presión de los movimientos sociales fue clave para impulsar las primeras reformas laborales. Estas no surgieron como concesiones voluntarias del empresariado o del Estado, sino como resultado directo de la lucha popular.
Frente a condiciones de trabajo duras e inhumanas, la organización obrera logró que las élites políticas y económicas reconocieran la necesidad de regular el trabajo. Así, la legislación laboral se construyó como una conquista social, fruto de la resistencia y la solidaridad de los trabajadores, no como un regalo de los poderosos.
El marxismo y la lucha de clases: fundamentos y aportes contemporáneos
El marxismo no solo reconoce la lucha de clases como un fenómeno histórico, sino que la comprende como un conflicto estructural fundamental inscrito en las relaciones de producción. Para Karl Marx, este antagonismo no es un accidente pasajero, sino el motor mismo del cambio social y la transformación histórica. Hoy, su análisis sigue siendo relevante para entender las dinámicas de desigualdad y los movimientos sociales que buscan justicia económica y social.
Ideología y poder invisible: Gramsci y Bourdieu
Desde otro ángulo, Antonio Gramsci introdujo el concepto de “sentido común”, entendido como una visión del mundo impuesta por las clases dominantes y asumida como natural por las mayorías. Esta noción ayuda a comprender por qué amplios sectores sociales pueden aceptar pasivamente un orden que los perjudica. Pierre Bourdieu, por su parte, desarrolló la idea de “violencia simbólica”, es decir, la reproducción del poder a través de instituciones como la escuela, la familia o los medios de comunicación, donde la dominación se legitima sin recurrir a la fuerza física.
Perspectivas contemporáneas de la lucha de clases
Autores marxistas contemporáneos han ampliado esta perspectiva. Domenico Losurdo, por ejemplo, sostiene que el análisis de clase no puede separarse de otras formas de dominación como el colonialismo, el racismo y el sexismo. En su obra La lucha de clases. Una historia política y filosófica (2013)[3], plantea que la emancipación debe entenderse como una lucha multidimensional, donde distintas opresiones están entrelazadas y se refuerzan mutuamente.
Prácticas de resistencia y la necesidad de un enfoque integral
Estas teorías no se quedan en el plano conceptual. Se traducen en prácticas colectivas de resistencia que disputan el sentido común y visibilizan la violencia simbólica. Las imágenes de protestas masivas —contra el racismo, el patriarcado, la destrucción ecológica o el genocidio de los palestinos— muestran cómo comunidades diversas se organizan para desafiar un orden social profundamente desigual. Sin embargo, estas luchas deben insertarse en el marco más amplio de la lucha de clases, porque luchar por una causa aislada —por ejemplo, el feminismo sin perspectiva de clase— puede acabar sirviendo al poder hegemónico, que instrumentaliza estas causas para reproducir el sistema capitalista y fragmentar el movimiento popular.
En este sentido, Mészáros [4] refuerza la idea de que la superación del capitalismo no puede limitarse a cambios superficiales o a la sustitución de actores dentro del mismo sistema. Advierte que no es suficiente que los obreros tomen el control de la producción o que los revolucionarios estatifiquen los medios de producción, ya que esto no elimina la lógica del capital. La mera sustitución de gerentes capitalistas por burócratas revolucionarios mantiene intactas las estructuras de dominación. Para Mészáros, es crucial construir algo nuevo fuera del dominio del capital, desde una lógica diferente, diseñada y construida por los pueblos desde abajo. Solo así se puede evitar la instrumentalización de las luchas sociales y lograr una transformación radical.
Conclusión: la lucha de clases como eje transformador
La lucha de clases es el eje central para enfrentar la opresión, porque es a través de la organización colectiva que se han conquistado derechos fundamentales. Avanzar hacia una sociedad más justa implica fortalecer la conciencia de clase y la unidad entre los sectores populares para disputar el poder hegemónico y transformar las relaciones sociales y económicas que sustentan la desigualdad.
Como también había formulado la marxista revolucionaria Clara Zetkin en 1923[5]:
« la lucha contra el fascismo es inseparable de la lucha por la emancipación de la clase trabajadora”.
Esta lucha no solo enfrenta una amenaza política inmediata, sino que busca abolir las raíces económicas y sociales de la opresión. Por ello, la resistencia efectiva debe ser integral y solidaria, uniendo las diversas causas sociales dentro de un proyecto común que apunte a la transformación radical del sistema capitalista desde su base.
Neoliberalismo y su Impacto: Fragmentación y Control Ideológico
Partiendo de una visión general sobre la lucha de clases y un análisis marxista, se examina cómo el capitalismo contemporáneo, especialmente en su fase neoliberal y libertaria, ha reconfigurado la sociedad desde los años 70 hasta la actualidad. Este proceso no se limita a transformaciones económicas, sino que comprende una ofensiva integral que abarca dimensiones ideológicas, culturales y políticas.
Como resultado, el neoliberalismo ha impuesto privatizaciones y desregulación, erosionando la cohesión social y debilitando los vínculos colectivos, lo que ha conducido a la despolitización de las mayorías. Mediante discursos que exaltan la “libertad individual” y estigmatizan lo común, se ha instaurado una forma de control más eficaz y menos visible. Este análisis explora los mecanismos de esta transformación, sus raíces ideológicas y sus expresiones culturales, como el realismo capitalista.
1. De la hegemonía neoliberal al libertarismo radical
A partir de la década de 1980, el neoliberalismo promovió privatizaciones, desregulación, recortes sociales y debilitamiento sindical como estrategias centrales para restaurar el poder de clase. Como lo define David Harvey, no fue solo una doctrina económica, sino un proyecto político destinado a recentralizar la riqueza y reforzar el dominio de las élites:
¿Cómo interpretar el caos actual? ¿Marca el fin del neoliberalismo? Depende del concepto de « neoliberalismo ». Para mí, es un proyecto de clase surgido en los años setenta, disfrazado de libertad individual y mercado libre, que en la práctica legitima políticas duras para restaurar el poder capitalista. Ha tenido éxito en centralizar riqueza y poder, sin señales de debilitamiento » David Harvey, El enigma del capital y la crisis del capitalismo., [6].
Tras la crisis financiera de 2008, este modelo no colapsó, sino que dio paso a formas aún más radicales como el libertarismo. Figuras como Javier Milei en Argentina proponen eliminar casi toda intervención estatal bajo la consigna de una « libertad absoluta », promoviendo una ofensiva aún más cruda contra lo público, lo común y lo colectivo. Aunque se presentan como rupturistas, sus propuestas continúan el legado neoliberal al extremo y agravan la desigualdad estructural.
2. La ideología libertaria y la destrucción de lo colectivo
La ideología libertaria, centrada en la exaltación de la libertad individual y la minimización del Estado, ha sido fundamental para debilitar las capacidades colectivas de respuesta y resistencia. Como señala Quinn Slobodian (2018)[7], los libertarios no solo diseñaron mecanismos de mercado, sino que también impulsaron una globalización jurídica e institucional que limitara permanentemente la intervención democrática.
Esta ofensiva ideológica ha promovido una cultura del « sálvese quien pueda », en la que el bienestar es responsabilidad exclusiva del individuo, erosionando la solidaridad y obstaculizando cualquier horizonte emancipador. Lejos de constituir una “nueva” libertad, esta doctrina encubre una sofisticada forma de dominación, que fragmenta a las clases subalternas y vacía de contenido el concepto de justicia social.
Figuras como Javier Milei en Argentina proponen eliminar casi toda forma de intervención estatal. Aunque se presentan como rupturistas, sus políticas extienden el legado neoliberal y profundizan la desigualdad.
« “Milei y Caputo bombardean a la clase media trabajadora, atacando a quienes quieren progresar y ahorrar. No solo apuntan a los sectores populares: van por los docentes, estudiantes, empleados públicos y privados » [8].

3. Ideología y fragmentación social
Las élites dominantes impulsan narrativas que asocian la libertad con el mercado y el mérito con el éxito económico. Este “sentido común neoliberal” (Gramsci) fragmenta a las clases trabajadoras e impide su organización colectiva. La hegemonía se impone no solo por coerción, sino por consentimiento ideológico.
Esta fragmentación se refuerza mediante estrategias simbólicas y discursivas: el uso instrumental de la religión, la criminalización de ciertos grupos sociales, el racismo estructural y la difusión del miedo. Tal como muestra el libro Il panico morale,[9] los medios amplifican temores colectivos y construyen “demonios populares” (Cohen, 1972) —figuras simbólicas del mal— que legitiman políticas represivas y refuerzan el orden dominante. Islamofobia, “inseguridad”, “ideología de género”: son dispositivos de poder que dividen y desmovilizan.
4. Realismo capitalista: la ilusión de lo inevitable
Para comprender cómo el capitalismo conserva su hegemonía, no basta con analizar las estructuras económicas o políticas: es necesario atender también a los mecanismos culturales e ideológicos que lo hacen parecer natural e inevitable.
Mark Fisher denominó “realismo capitalista” a esta percepción generalizada de que no hay alternativa viable al capitalismo. Según entre los factores que sustentan el realismo capitalista se encuentran:
« la globalización, el desplazamiento de las manufacturas por la com-
putarización, la precarización del trabajo y la intensificación de la
cultura de consumo. Estos rasgos constituyen el fundamento invi-
sible de la realidad incontrovertible y ostensiblemente pospolítica
sobre la que descansa el realismo capitalista » [10]
Esta ideología convierte al sistema en una realidad indiscutible, apagando la capacidad de imaginar alternativas políticas y limitando el horizonte de lo posible a la mera lógica del consumo individual. El reto actual es precisamente recuperar esa imaginación crítica, volver a politizar la vida diaria y abrir caminos hacia la construcción de un proyecto colectivo y transformador.
5. El proyecto ideológico detrás del realismo capitalista
El realismo capitalista no es espontáneo. Fue el producto de un proyecto deliberado. Como subraya Hayek —uno de los padres fundadores del neoliberalismo— :
“transformar el sentido común global, ‘redefinir lo posible’, generar una nueva hegemonía, cambiar la opinión de la élite, dar forma a la opinión pública”
Revista Santiago [11].
Esta estrategia coincide con lo que Gramsci denominó la “batalla por la hegemonía”: el control del lenguaje, la cultura y las expectativas. Figuras como Thatcher, Reagan y Pinochet no solo implementaron reformas estructurales, sino que también reconfiguraron el imaginario colectivo, debilitando toda alternativa al modelo establecido.


El discurso de “No hay alternativa”, popularizado por Margaret Thatcher, persiste hoy bajo nuevas voces y estilos. Todos convergen en la idea de que solo la libertad de mercado es viable. Sin embargo, esta narrativa, lejos de ser neutral, actúa como un cerrojo ideológico. Desactiva toda posibilidad de transformación política real e impide imaginar una ruptura con el orden hegemónico.
6. Seducción cultural y reproducción del sistema
El filósofo Michel Clouscard aporta una clave decisiva: la cultura se volvió una herramienta de seducción capitalista. Tras el famoso mayo del 68, el sistema incorporó el deseo, el placer y el hedonismo como nuevas formas de control. Para Clouscard, mayo 68 fue una revolución burguesa que sirvió para liberalizar las costumbres sin tocar la estructura económica del capitalismo.
«El gaullismo era el capitalismo del padre: trabajo, autoridad, nación. El 68 dio a luz al capitalismo del hijo: placer, consumo, individualismo. El primero construyó; el segundo disfrutó. Pero en ambos casos, es capitalismo » Michel Clouscard [12]
Clouscard revela una transformación en la legitimidad del sistema: de un capitalismo austero y disciplinado a uno lúdico y permisivo, pero que sigue reproduciendo la misma lógica de dominación. El capitalismo supo reconvertirse: del sacrificio al goce, de la disciplina al consumo, del obrero al consumidor. Esta transformación no implicó un cambio de sistema, sino una mutación en la forma de dominación. El sujeto ya no es un explotado que se rebela, sino un consumidor libre que elige, compra y calla.
7. Cultura, ideología y control blando
La seducción cultural promueve valores como el individualismo, la competencia y el éxito personal, naturalizando la lógica del capital. A través de la industria cultural, las redes sociales y la publicidad, se reproducen narrativas que refuerzan la pasividad política y la fragmentación social.
Además, este control blando se manifiesta en la normalización de emociones y comportamientos que favorecen la aceptación pasiva del sistema, como el consumismo compulsivo, la evasión mediante el entretenimiento y la trivialización del compromiso social. Así, la cultura no solo distrae, sino que desarma políticamente, dificultando la construcción de una conciencia crítica y la articulación de respuestas colectivas frente a las desigualdades estructurales. La despolitización no es un accidente: es una estrategia meticulosamente diseñada para perpetuar el statu quo y sofocar la disidencia.
Parte 2. Herramientas ideológicas para mantener la división social aqui 👉
CITAS
[1]Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, Siglo XXI Editores, 1971, p. 350.
[2] La Revolución Industrial y el cambio social. www.lacapillacultural.com/la-revolucion-industrial-y-el-cambio-social/. Octubre, 2024
[3]Losurdo, D. (2013). La lucha de clases. Una historia política y filosófica. Edición propiedad de El Viejo Topo,2014.
[4] Mészáros, I. Más allá del capital: Hacia una teoría de la transición. Tomo I. Pasado&Presente.La Paz: Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia; 2010. p. xvii.
[5] Clara Zetkin 1923: The Struggle Against Fascism. www.marxists.org/archive/zetkin/1923/06/struggle-against-fascism.html. 1
[6] Harvey, David. El enigma del capital y la crisis del capitalismo. Ediciones Akal, 2010, p. 147-148.
[7] El capitalismo de la fragmentación. El radicalismo de mercado y el sueño de un mundo sin democracia. Quinn Slobodian. Ediciones Piados. 2023
[8] El modelo desparrama pobreza. www.pagina12.com.ar/740865-el-modelo-que-desparrama-pobreza
[9] Il panico morale: Dalla comunicazione faccia a faccia alla comunicazione di massa. Cavallotti University Press , 2016.
[10] Mark Fisher. Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?.Caja Negra, Buenos Aires, Argentina, 2016.
[11]Juan Rodriguez G .La Internacional neoliberal (o la historia de una hegemonía).revistasantiago.cl.3 Diciembre 2019
[12] Michel Clouscard. La capitalisme de la séduction. Ediciones EDITHOR , 2021
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